Juan José Arrué Urbanista* |
El enfoque de movilidad sostenible —que fomenta la peatonalización de vías y la creación de ciclovías— ha entrado en crisis. Y aunque crisis suena a algo negativo, podríamos estar al frente de algo positivo.
No se trata de volver a la idea equivocada y arcaica de que el automóvil es el mejor medio para moverse a diario, sino de prepararnos para incorporar la micro-movilidad en nuestras ciudades, es decir, los micro-viajes cotidianos con innovadores vehículos y artefactos pequeños de uso personal.
Aunque entre los gestores públicos cunde el pánico sobre los retos que esto implica, la micro-movilidad crea grandes oportunidades para usuarios finales y profesionales en los campos de transporte y tecnología.
Nuevos dispositivos de transporte
Para quien frecuente el distrito de Miraflores en Lima, de seguro podrá haber visto a personal de Serenazgo moviéndose en segways y a jóvenes usando kick scooters eléctricos. Estos vehículos o artefactos forman parte del nuevo ecosistema de la micro-movilidad.
Pero la lista es larga, incluyendo a otros dispositivos como skateboards, patines o hoverboards. Muchos de ellos tienen ciertas cosas en común: son solicitados por medio de aplicaciones móviles, están conectados a internet, son de fácil uso, cuentan con asistencia eléctrica, se emplean en recorridos cortos y su utilización va en aumento. En 2019 han ingresado al mercado peruano dos start-ups —Grin y Movo— que ofrecen kick scooters eléctricos compartidos por medio de aplicaciones móviles y se rumorea que una tercera ingresará pronto.
Para muchos de nosotros el ingreso de tales vehículos y artefactos es fantástico: son de disponibilidad inmediata y nos permiten viajes flexibles a relativo bajo costo frente al automóvil. Pero para las autoridades son un dolor de cabeza: existen vacíos legales, los conductores de automóviles no los quieren en las pistas, no encajan a la perfección con el diseño de las ciclovías y los peatones se quejan si estos transitan por las veredas o si son estacionados en ellas.
Desafío urbano
Hasta aquí encontramos grandes retos por atender en seguridad vial, diseño urbano, gestión del tránsito y regulación. Pero podemos ver aún más allá: para que la revolución de la micro-movilidad tenga sentido y ayude a mejorar el estado de la movilidad en ciudades como Lima, serán necesarias la gestión inteligente de los datos generados por los nuevos vehículos y artefactos, y la integración de todos éstos con los demás componentes del sistema de movilidad por medio de la tecnología.
Con relación a los dos últimos puntos, podemos decir que desde ya las oportunidades son diversas. Si tomamos en cuenta que una gran cantidad de los nuevos vehículos y artefactos estará conectada a internet, la información que se recabe en tiempo real podrá ser de suma utilidad para los procesos de planificación y gestión del transporte.
Podrían generarse alianzas entre los actores —tal vez entre la nueva Autoridad de Transporte Urbano para Lima y Callao y empresas como Grin y Movo— que permitan integrar los servicios públicos y privados. No es tan difícil imaginar un futuro en donde por medio de una única aplicación móvil —como ya ocurre en otras ciudades— podamos acceder a información útil sobre rutas, paraderos, disponibilidad de vehículos, horarios, estimación de tiempos de viaje y puntos de intercambio de la red. Y, claro, también podemos imaginar la integración de los medios de pago a partir de la creación de un solo mecanismo —como el uso de una tarjeta del sistema, el propio smartphone o una tarjeta de crédito— que permita hacer uso de cualquier servicio sin importar qué entidad lo administre.
Podríamos invertir tiempo discutiendo acerca de si el escenario descrito es algo muy optimista o lejano, pero recordemos que el ingreso de los nuevos vehículos y artefactos de la micro-movilidad a las ciudades latinoamericanas es reciente y veloz. Nos corresponde entonces buscar soluciones ingeniosas y relativamente rápidas, haciendo uso de las nuevas tecnologías que hagan de la micro-movilidad una forma ventajosa de moverse en las ciudades, y no un dolor de cabeza.
* El columnista es CEO de The Nomadic School